miércoles, 23 de abril de 2008

Diario sin blog.



Ayer me encontré al portero cuando entre al edificio de la editorial, al moreno Oximoron. Quien con su alegre voz me alerto ¡Quihubo jefe! Como lo vi abatido, el pregunte el por qué y me respondió con una tristeza infinita.

¡Pues vera jefe!.
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Le daré los pormenores de un resumen detallado: Mi amada, me tiene un cariño sin apego. Es una mujer, que es una música, callada, de rumores fidedignos. Su incomparable belleza es su fealdad, por ello es de un andar solitario entre muchos y de una sencillez soberbia y de una banalidad profunda, ¡de una deshonestidad tan honesta!, coloquialmente es una crisalida con alas.
De una erudición inculta, que dialoga conmigo en monólogos  Su ser, es de una monomanía sensata e insatisfecha de la satisfacción que mis caricias le brindan.
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¿Sabe Jefe? por amarla la odio y en mi ignorancia soy sabio, porque al perderme me encontré en las penas que me atan y me desatan de ella. Pero... mejor me callo y le digo mi inferencia; mi infortunio es mi fortuna.
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¡Bueno! usted es ajedrecista, se lo diré en su lexico: soy un peón pasado en retroceso, soy un gambito sin cambio, soy un ¡acomodo! sin tocar, una columna abierta ocupada por mis cuitas, hoy mi alegría son mis penas, por haber sido una combinación sin unión; un peón en la octava casilla, sin corona; por una dama blanca que no es una Señora.

Lo deje ahí, y a lo lejos, aun sordo lo oí diciendo:

Para mi ella, fue un mate sin jaque y en la minicalidad fui un caballo. Trastocado, me quede al irme de ella, porque soy un clásico moderno, paranoia justificada... un pinche fiancheto sin flanco...

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